Ocaso Abierto



Al caer la tarde cerró los ojos y atendió el espacio del estímulo que le sorprendió por la espalda. Se giró buscando su brillo, deseó sus ángulos, bebió sus lágrimas y nadó sobre la superficie de su ánima. Cuando notó que sus gotas se precipataban por la garganta,  se despertó súbitamente entre un mar vivo de sudores y buscó un alivio entre la comisura de un beso húmedo que relajó sus pesares, revolvió su alegría y evitó el enredo de tobillos y manos. Amaneció entonces en el hueco de aquella,  hasta que volvió a caer la tarde.

Cris.

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