El tesoro está en lo alto


Había pasado mucho tiempo, y un día en el viaje por aquel cañón quiso deshacerse de aquellas notas que alumbraban sus temores, avanzando con la intención de descubrir aquel paraje desconocido. De repente ya en el centro que consideró umbilical,  buscó la acrobacia perfecta para no sacrificar su alma y salir después de aquellos nueve años para empezar uno nuevo como si del Gran año de las lucinaciones se tratara. En la acrobacia del salto encontró el refugio, el descanso, la eterna paz que abría el orificio entre su boca abierta y su visión del mundo. Mientras se precipitaba por aquel acantilado tuvo tiempo de cepillar las rocas, escuchar la banda sonora del viento en su oido y mirar los nidos de algunos buitres privilegiados y bellos que escuchaban como el cóndor les hablaba desde más allá del horizonte en una caida de ojos,  sobrevolándolo todo. En ese instante el estómago le dio un revés y decidió mirar hacia arriba como un reflejo de salvación pero nada pudo hacer. Remó a través del aire lo más rápido que sus alas le permitíeron y se dejó caer al vacio lleno de rocas,  naturalmente prodigiosas, con la absoluta certeza de que alguna estallaría en su sien. Siguió cayendo, corrió en el aire, aleteó disfrutando la distancia y se ahorcó a conciencia bajo aquel frutal en flor que asomó de repente como el resplandor de la muerte,  para acurrucarla entre sus brazos y mirar a lo alto de su tesoro.

Cris

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