Y si el sabor fuera un riesgo
en una cabaña, pasiega
habría
conseguido asombrarme.
El aire entra por todas las rendijas de esta cabaña que mi
abuelo me ha dejado para trabajar en algo. Ha amanecido algo tarde y el Norte
aprieta un poco más de la cuenta. Desde “San Roque” veo el mar, llego a oler la
sal y las voces de los pescadores que me
recuerdan que tendré que bajar al pueblo a comprar unas anchoas para toda la
semana. Ese sabor todavía se vuelve más agradable cuando las macero en vinagre
y sal y me aguantan toda la semana. Las
alubias rojas ya están casi listas a las tres de la tarde y tengo que comer
pronto, si quiero investigar un poco –que hoy la niebla corre más que yo-.
Seguiré escribiendo esta ruta al anochecer cuando los vientos del somo ya no entren por las piedras, cuando el silencio inunde esta cabaña de olor a sobao y mantequilla pasada si es que en algún momento retorna y llama a la puerta para inhalar el sabor del mar de lejos y la montaña, si viene de nuevo y corre el riesgo de asombrarse ante tanta belleza, del sabor que vivo en este presente.
Seguiré escribiendo esta ruta al anochecer cuando los vientos del somo ya no entren por las piedras, cuando el silencio inunde esta cabaña de olor a sobao y mantequilla pasada si es que en algún momento retorna y llama a la puerta para inhalar el sabor del mar de lejos y la montaña, si viene de nuevo y corre el riesgo de asombrarse ante tanta belleza, del sabor que vivo en este presente.
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